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       Hazards 137, Abril 2017
¿Les parece justo? La desigualdad en el trabajo nos enferma a todos
Tanto si se trata de una diferencia considerable en salario, inseguridad o discriminación laboral en base a su clase social, género o raza, un lugar de trabajo dividido es malo para su salud. Sharan Burrow, Secretaria General de la Confederación Sindical Internacional (CSI), revela por qué la desigualdad ocasiona auténticos traumas en el lugar de trabajo – y detalla la manera en que los sindicatos pueden contribuir a mejorar las cosas.

 

Pero quién vive y quién muere en el trabajo no es una simple casualidad.

A la cabeza del orden jerárquico en el lugar de trabajo, aquellos que toman las decisiones no solo reciben salarios y beneficios múltiples veces superiores, sino que además viven muchos años más para poderlos disfrutar.

Un clima político hostil a la introducción de regulaciones de protección en el lugar de trabajo y que adopta formas de empleo cada vez más precarias en intrincadas cadenas de suministro, ha resultado tan deliberado como mortífero.

Donde los trabajadores no disponen de una voz colectiva y donde los empleos están en principio segregados en función del género, la raza o la clase social, dichas divisiones pueden perpetuar desventajas y dejar indefensos a los trabajadores más explotados a la vez que se rebajan las condiciones para los demás.

Quien no busca, no encuentra

Hojeando los libros de referencia clásicos sobre medicina laboral, podrá hacerse una idea de las enfermedades relacionadas con el trabajo, dominadas por la exposición en minas, talleres y fábricas. Exposición que padecen los hombres.

No es que las mujeres no trabajasen, pero en los estudios eran consideradas ‘factores de desviación’. Igual que los trabajadores de color y pertenecientes a grupos minoritarios.

Este fue un sesgo que persistiría durante gran parte del Siglo XX, perpetuando una visión de los problemas de salud industriales aplicada esencialmente a los hombres y blancos.

No era sino un enorme engaño.

Las mujeres que trabajan en la aportación de cuidados o como cajeras de supermercados pueden tener que levantar más peso en un turno laboral que cualquier trabajador de la construcción o minero, y muchas veces tienen que combinarlo con un segundo turno de trabajo no remunerado en el hogar.

De las plantaciones de té a los hornos de ladrillo pasando por los campos de flores, en el mundo entero las mujeres realizan arduas tareas, a menudo cargando con sus pequeños.

Un estudio publicado en el número de septiembre de 2016 del Journal of Occupational and Environmental Medicine concluía que enorme carga que debían soportar las mujeres que dedicaban largas jornadas de trabajo durante toda su carrera laboral conducía a ‘incrementos alarmantes’ en enfermedades potencialmente mortales, incluyendo problemas cardiacos y cáncer.

Incluso hoy en día, la exposición laboral en sectores con mano de obra mayoritariamente femenina, como los cuidados y la limpieza, está poco documentada y subvalorada.

Es posible que las mujeres, poco representadas en sectores peligrosos como la construcción o la minería, tengan menos probabilidades de figurar en las estadísticas de mortalidad laboral.

Pero las muertes por enfermedades relacionadas con el trabajo superan con mucho los accidentes laborales mortales, y hay buenos motivos para suponer que las mujeres sean igual de vulnerables que los hombres a estas enfermedades.

Los productos químicos, los trastornos musculo-esqueléticos, el estrés, están presentes. Lo único que falta son los estudios y el interés al respecto.

Tomemos por ejemplo el cáncer. Sabemos del cáncer de pulmón y otros posibles riesgos que afectan a los hombres empleados en sectores con elevados niveles de polvo en el aire; algo que está reconocido desde hace años e incluso compensado por el Estado.

En el caso de la mujer, el principal cáncer mortal relacionado con el trabajo es posiblemente el cáncer de mama, ocasionado por los turnos ininterrumpidos y tener que trabajar en una “sopa tóxica” plagada de substancias químicas que perturban el equilibrio hormonal en la agricultura, la fabricación de plásticos y metales, el empaquetado de productos alimenticios y otros muchos empleos.

¿Está el cáncer de mama reconocido universalmente y compensado como una enfermedad laboral? No.

Sabemos que los salarios de las mujeres son inferiores a los de los hombres, no porque su trabajo valga menos, sino debido al techo de cristal y unos prejuicios de género que mantienen a la mujer ‘en su lugar’.

Si la sociedad valora menos el trabajo de las mujeres, hará menos esfuerzos por evaluar sus efectos y se preocupará menos por mitigar sus consecuencias, lo que inevitablemente se verá reflejado en una mala salud relacionada con el trabajo no reconocida, pero considerable.

En desventaja

Resulta muy fácil pensar en productos cancerígenos como el amianto o el silicato como asesinos igualitarios – cualquiera que esté expuesto podría desarrollar un cáncer.

Pero no hay tanto amianto en el aire en las salas de reuniones, y aunque los trabajadores de la construcción sean mayoritariamente hombres, también son mayoritariamente de clase obrera.

El cáncer profesional, como cualquier otra afección relacionada con el trabajo, desde el estrés a la dermatitis o el cáncer de pulmón, es una dolencia de los obreros.

No sólo los obreros en las fábricas o en las minas, sino también los que se afanan en los talleres de confección y las plantas de procesamiento de productos alimenticios, la limpieza, los cuidados personales y muchos otros sectores.

Al igual que el género, la raza se ha tratado históricamente como un factor de ‘confusión’ en las estadísticas sobre salud laboral, de manera que la documentación disponible respecto a las desigualdades raciales en cuanto a la salud laboral resulta extremadamente escasa.

Pero del mismo modo que los riesgos laborales aumentan conforme descendemos en la escala social, el componente racial sin duda agrava esta tendencia.

A principios de los años 1970, la agencia estatal de investigación sobre salud laboral de los EE.UU., NIOSH, elaboró un estudio sobre los riesgos a los que estaban expuestos los trabajadores en los hornos de coque de la siderurgia y la industria.

Resultó evidente que estos trabajadores corren un riesgo mayor de padecer cáncer de pulmón. Pero analizando más detenidamente los datos se descubrió que los trabajadores de raza negra tenían más probabilidades de que les encomendasen los peores puestos con una exposición más elevada, en la zona superior de los hornos.

Sin esta observación, probablemente se habría deducido que el hecho de que las tasas de cáncer de pulmón fuesen más elevadas entre los trabajadores de raza guardaba relación con la raza, más que con el grado de exposición.

Y no se trata de algo que ya es historia.

En 2011, NIOSH señaló que: “los trabajadores afroamericanos, hispanos e inmigrantes están empleados de forma desproporcionada para realizar los trabajos más peligrosos... El resultado es que la tasa de lesiones entre los afroamericanos supera en un tercio a la de los trabajadores blancos no hispanos, tanto respecto a los hombres como a las mujeres”.

El vínculo entre raza o casta y riesgos laborales puede ser aún más crudo. En India, los trabajadores empleados informalmente en la limpieza de letrinas – recogiendo manualmente las materias fecales de los hogares – proceden exclusivamente de la comunidad Dalit, duramente perseguida.

Trabajo estresante

La idea de que el conocimiento y el progreso contribuyan a un mundo del trabajo cada vez más seguro y sano es errónea. 

Revisando evidencia de un brusco incremento en las tasas de mortalidad entre los trabajadores (hombres) americanos de clase obrera6 , especialistas en salud laboral de la Universidad de Massachusetts Lowell identificaron la inseguridad laboral, la discriminación y la falta de control en el trabajo como elementos causantes de un aumento de las ‘enfermedades debidas al estrés’– relacionadas con el consumo de alcohol y drogas, y con suicidios.

Estudios en Francia han estimado la tasa anual de suicidios relacionados con el trabajo –que se ha incrementado considerablemente en los últimos años– en varios cientos y posiblemente miles de casos al año.

En el Reino Unido, el Health and Safety Executive (HSE), organismo gubernamental  de la salud y seguridad, encontró que el empleo inseguro está creando un ejército de trabajadores descartables, que tienen demasiado temor a tomarse una baja por enfermedad y que son despedidos cuando ya no pueden seguir rindiendo.

Esta mano de obra ‘eventual’ –a tiempo parcial, con cero horas y con contratos temporales– cada vez más habitual en los lugares de trabajo desregulados del mundo entero, se enfrentan a tasas más elevada de lesiones y enfermedades laborales.

Pero aquellos trabajadores/as con puestos de trabajo supuestamente permanentes también salen perjudicados. Un estudio sobre el impacto de la reciente ‘Gran Recesión’ reveló que uno puede enfermarse tan solo con ver que las personas que tiene a su alrededor pierden su trabajo, aunque uno mismo lo conserve.

Lo más trágico es que la inseguridad laboral no es una fuerza irresistible de la naturaleza. Es una opción. El trabajo puede ser decente y productivo, y al mismo tiempo lucrativo.

Pero los consejos directivos de las empresas serán juzgados en función del balance final del año en la Junta General de Accionistas. La responsabilidad corporativa muchas veces se reduce a un cínico ejercicio de relaciones públicas, no un imperativo operativo.


Bajos salarios, altos riesgos

Resulta una perversidad que se haga referencia a ‘riesgos y beneficios’ para justificar unos elevadísimos paquetes de remuneraciones para los directivos.

Pero los trabajadores que generalmente confrontados a auténticos riesgos –a sus vidas, a su integridad física, a su salud– son aquellos que reciben una compensación económica menor.

Unos bajos salarios son probablemente el más claro indicador del grado de riesgos de salud y seguridad a los que se enfrentará un trabajador.

Tener un salario bajo afecta sus opciones. Influye en si se hacen más horas extraordinarias, turnos extra, si se informa sobre una lesión, si se toma una baja por enfermedad. Y lo deja a uno relegado a empleos inseguros, sucios y peligrosos, con el sello distintivo de trabajo arriesgado. O bien empleos embrutecedoramente aburridos y deprimentes.

El importante estudio Whitehall II relativo a los funcionarios del Reino Unido reveló que el estrés, las enfermedades y las afecciones cardíacas se incrementan conforme baja el nivel del funcionario.

Categorías enteras de trabajadores tienen más probabilidades de integrar la clasificación con menor salario, y como consecuencia de ello, su empleo y su salud resultan más vulnerables.

Los trabajadores migrantes, como por ejemplo la mano de obra procedente del Sur de Asia que termina atrapada en trabajo forzoso para la construcción de los deslumbrantes estadios en Qatar, se enfrentan a unos riesgos no controlados, pero chocantes, de sufrir lesiones y problemas de salud. 

Si sumamos otros factores –mala salud, discapacidad, edad– y la falta de otras opciones de empleo, todo ello se traduce en menos opciones y menos oportunidades de decir no.

Los trabajadores y trabajadoras necesitan contar con una voz colectiva para hacerse oír. Y es ahí donde entran en juego los sindicatos.

El efecto sindical

Si lo que se busca son mejores salarios, más seguridad en el empleo, una tasa menor de lesiones y problemas de salud y mejores condiciones de trabajo, los sindicatos tienen un historial probado.

En un círculo virtuoso, los sindicatos consiguen lugares de trabajo más justos, lo que hace que la voz del sindicato sea más fuerte, lo que desemboca en lugares de trabajo más seguros y más sanos.

Ahí donde hay una presencia sindical activa, el efecto sindical podrá observarse – y también sus beneficios económicos.

Un estudio que cubría a 31 países industrializados, publicado en septiembre de 2013 en el diario Social Science & Medicine, llegó a la conclusión de que: “La densidad sindical es el determinante externo más importante en el clima de seguridad psicosocial de un lugar de trabajo, la salud y el PIB”.

El informe añadía que “la salud del trabajador redunda en beneficio de la economía, y debería considerarse al evaluar la salud y la productividad a escala nacional. Erosionar los sindicatos no redundará en beneficio de la salud ni de los trabajadores ni de la economía”.

Los sindicatos reducen las desigualdades en el lugar de trabajo, con el consiguiente beneficio sobre la salud.

En un difícil clima económico, los sindicatos continúan haciendo que el mundo sea más justo. La misma fuerza colectiva que deriva en mejores salarios hace también que el trabajo sea más seguro y más sano.

Es culpa del proceso económico y político el que la globalización haya supuesto una fragmentación del trabajo y haya decimado los derechos de los trabajadores.

Pero también pone claramente de manifiesto los beneficios innegables de los sindicatos. No sólo es cuestión de salario, o igualdad, o seguridad. Es una cuestión de dignidad y respeto en el trabajo.

Lo malo es que, sin sindicatos, esta decencia fundamental resulta cada vez más escasa.



Referencias

1. Kristin J Cummings and Kathleen Kreiss. Contingent workers and contingent health: Risks of a modern economy, JAMA, volume 299, pages 448-450, 2008 [extract].
2. Health equity through action on the social determinants of health – final report, WHO/Commission on Social Determinants of Health, 2008.
3. Allard E Dembe and Xiaoxi Yao. Chronic disease risks from exposure to long-hour work schedules over a 32-year period, Journal of Occupational and Environmental Medicine, volume 58, issue 9, pages 861-867, September 2016.
4. James T Brophy, Margaret M Keith, Andrew Watterson and others. Breast cancer risk in relation to occupations with exposure to carcinogens and endocrine disruptors: a Canadian case-control study, Environmental Health, 11:87, 19 November 2012.
5. Seth A Seabury, Sophie Terp and Leslie I Boden. Racial and ethnic differences in the frequency of workplace injuries And prevalence of work-related disability, Health Affairs, volume 36, number 2, pages 266-273, February 2017.
6. Anne Case and Angus Deaton. Rising morbidity and mortality in midlife among white non-Hispanic Americans in the 21st century, Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), volume 112, number 49, December 2015.
Anne Case and Angus Deaton. Mortality and morbidity in the 21st century, Brookings Papers on Economic Activities, 17 March 2017.

7. University of Massachusetts Lowell analysis of the occupational health and safety factors behind the ‘diseases of distress, The Pump Handle, 24 February 2017.
8. Sarah Waters. Suicide as protest in the French workplace, Modern & Contemporary France, volume 23, issue 4, pages 491-510, 2015.
9. Sarah Waters. Suicidal work: Work-related suicides go uncounted and unaccounted for in the UK, Hazards magazine, number 137, 2017.
10. Suicide by occupation 2011-2015, Office for National Statistics, March 2017.
11. At the company’s mercy: Protecting contingent workers from unsafe working conditions, CPR, 2013.
12. Marianna Virtanen and others. Perceived job insecurity as a risk factor for incident coronary heart disease: systematic review and meta-analysis, British Medical Journal, volume 347, f4746, 2013, published online 8 August 2013. Response to the article from BMA OMC chair Paul Nicholson.
13. Self-reported work-related illness and workplace injury for permanent and temporary employees, HSE, 2015.
14. Sarah A Burgard, Lucie Kalousova and Kristin S. Seefeldt. Perceived Job Insecurity and Health: The Michigan Recession and Recovery Study, Journal of Occupational and Environmental Medicine, volume 54, issue 9, pages 1101–1106, September 2012.
15. Helen R Marucci-Wellman, Joanna L Willetts, Tin-Chi Lin, Melanye J Brennan, and Santosh K Verma. Work in multiple jobs and the risk of injury in the US working population, American Journal of Public Health, volume 104, number 1, pages 134-142, January 2014 [abstract].
16. Maureen F Dollard and Daniel Y Neser. Worker health is good for the economy: Union density and psychosocial safety climate as determinants of country differences in worker health and productivity in 31 European countries, Social Science & Medicine, volume 92, pages 114-123, September 2013.
17. Michael J Wright. The decline of American unions is a threat to public health, American Journal of Public Health, volume 106, number 6, pages 968-969, June 2016.
18. The Union Dividend: It reaches beyond members, CEPR, September 2015.
The Union Advantage: How unions make work better and society fairer, TUC, 2014. .

 

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Hagámosle frente

Tanto si se trata de una diferencia considerable en salario, inseguridad o discriminación laboral en base a su clase social, género o raza, un lugar de trabajo dividido es malo para su salud. Sharan Burrow, Secretaria General de la Confederación Sindical Internacional (CSI), revela por qué la desigualdad ocasiona auténticos traumas en el lugar de trabajo – y detalla la manera en que los sindicatos pueden contribuir a mejorar las cosas.

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Quien no busca, no encuentra
En desventaja
Trabajo estresante
Bajos salarios, altos riesgos
El efecto sindical
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El efecto sindical